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rafaelrr

 





 

Una noche, al final de un día cualquiera. De una ciudad a otra, una ventana abierta a otra que observa. Dos vidas distintas, que se acercan. Una mirada perdida, otra que la encuentra.

            Muchas otras que esperan, muchas otras que observan, muchas otras a la expectativa… y sólo una es distinta, sólo la suya está para ser mirada.

            Las letras se coordinan, se juntan al capricho para trasladar sensaciones, emociones, sonrisas, bromas.

            El silencio rompe las miradas con palabras. Palabras que fluyen y se intercambian. Se ofrece una,  a cambio de otra.

            Las manecillas del reloj giran entorno a la esfera, los puntos se suceden: uno tras otro, como también lo hacen las palabras. Con la eternidad del tiempo, la noche se prolonga en busca de lo que no se esperaba encontrar.

            Un tapón que tapa una botella. Se desenrosca. Sus labios acarician el cuello de la botella, para beber agua. Sencillo gesto, mundano que turba los sentidos y sugiere el deseo de “convertirse en agua: que humedezca sus labios. Refresque su garganta, recorra su cuerpo para sentirse dentro”.

            Jersey sobre la butaca, a la espera de su regreso. La mirada bucea en el espacio vacío que ha dejado su ausencia.  Mirar un cuadro, una hoja tirada al suelo, el asiento… para, con ello, intentar descifrar lo indescifrable. Intentar poner sentido a lo que nada tiene de lógico. Se le espera con impaciencia… en la memoria, en el recuerdo,… cómo se levantaba, como se alejaba… esto se convierte en el único alimento para la espera, para hacerla menos intensa.

            Una sola noche no bastaba y el nuevo día se hizo eterno en la espera. Nuevas escenas, sensaciones que se intensificaron. Sus palabras vanas de un “no sé hasta cuando” cayó en saco roto. No de por sí quisiera, sino que debería de así haberlo echo para no “estar loco”. No darle importancia a lo que estaba pasando, sólo vivirlo con la misma intensidad con la que el día abraza a la noche y ésta se difumina a cada despertar.

            Se olvidaba el detalle, se quería olvidar.

            Faltaba el apunte, quería sobrar.

            “Tener noticias” retumbaba en la mente, cuan eco entre altas murallas rocosas con peligro de derrumbe. Alud precipitado al vacío con el firme propósito de sepultar. Enterrar el silencio, ocultar las palabras, absorber el agua que emanaba. “Tener noticias” llegó con las que se produjeron entorno a las tazas de café sobre la mesa de la terraza y “algo más”. “Tener noticias” impidió que se produjeran otras más.   

MIS RECUERDOS

SE LO TRAGARON

TODOS ELLOS.

ENTRE TÚNELES,

POR LOS PASILLOS DEL TIEMPO.

LAPIDADOS ENTRE ROCAS,

EN LAS PAREDES DEL OLVIDO.

GRISES,

OCRES,

ROJOS

Y OSCUROS.

AMAMANTADOS POR MANANTIALES,

CON CAUDALES DE SANGRE.

SILENCIADOS

POR EL GRITO DEL BARRENO.

YACEN EN EL LODO

MIS RECUERDOS.

 







 


Noche estrellada. De diamantes centelleantes, serpenteando el firmamento. Mil colores, para papelillos que caen y guirnaldas prendidas en los balcones.    Desfile de trajes con pedrería y plumas. Imaginación desbordante, para construir palacios de cristal con el celofán, palacios ensoñados construidos con cartones y barro para dar forma a los sueños.   Coronas de latón, con perlas de nácar incrustadas. Capas de visón sintético y guantes blancos, guantes negros, guantes más largos, guantes más cortos, guantes para guarecerse del frío.   Bajo los pies, en el suelo: un camino plagado de dulces y caramelos. Como en la casa de cuento, con sendero de baldosas doradas. Doradas como su flequillo.   Mullidas almohadas recogen en sus regazos las mentes inquietas que, en la noche más prolongada, provocarán desvelos. Nervios, inquietud, incredulidad que no quiere perder la inocencia.   Leyenda que relata la noche más cargada de magia de todo el año. Noche cargada de presentes, que se portan por el cielo. Adoración y peregrinación. Leñadores, pastores, ovejas y ángeles, de tez blanca y largas alas.   Hay espacio para todo, en el que el tiempo se congela y la magia se hace intensa. Espesa niebla de sensaciones y emociones. Un espacio en el tiempo en el que romper con todo, en el que sólo importa algo. Sólo importa alguien. Ya no importa la magia. Ya no importa los sueños. Ya no importa la ilusión. Ya no importa las esperanzas… porque es todo eso. Porque es todo eso y más. De reluciente flequillo dorado, junto a una sonrisa de la que no se separa. Aparece como un fogonazo. En medio de la espesa niebla e ilumina el sendero que tienes que emprender: “¡si te atreves!”.¿Y cómo no atreverse?: ¡aunque se escandalicen del escándalo y no puedan apartar la mirada de lo que no quisieran continuar mirando!   Se para el tiempo y ya nada importa. Ni la gente, ni sus palabras, ni sus miradas, ni lo que callan… ¡si miran, que miren! ¡Si dicen, que digan! Ya no hay gente, ya no hay palabras, ni tampoco voces, ni risas sarcásticas. Sólo música, labios que se cruzan en besos y besos sólo para quien se tiene en frente.    Tallos verdes, de espinas que acarician. Pétalos de rosas rojas de capullos que se abren con el amanecer. Ramo de rosas rojas, único testigo atónito de lo que se cierne sobre el colchón, bajo la sábana. Estremecimiento de un cuerpo que tirita, buscando el calor del cuerpo que le cobija. Beso, mordisco, caricia, latidos. A la sombra, en silencio, permanece el único testigo: un ramo de rosas de pétalos rojos. Color intenso reflejo de pasión y encuentro. Encuentro en una noche que se apaga. Despedida en el clarear de un día que comienza, sin descubrir los caminos que se cierran. Dejando la incógnita prendida a la propia  pregunta de un “mañana”. Sólo los pétalos de las rosas rojas, tendrán respuestas. Respuestas que callan, por no hablar. Respuestas que silencian, para no molestar.

“Su cara era fuerte, muy fuerte, aguileña, con un puente muy marcado sobre su fina nariz y las ventanas de ella peculiarmente arqueadas; con una frente alta y despejada, y el pelo gris, que le crecía escasamente alrededor de las sienes, pero profusamente en otras partes.  Sus cejas eran muy espesas, casi se encontraban el entrecejo, y por un pelo tan abundante que parecía encresparse por su misma profusión. La boca, por lo que podía ver de ella bajo el tupido bigote, era fina y tenía una apariencia más bien cruel, con unos dientes blancos peculiarmente agudos; éstos sobresalían sobre los labios, cuya notable dureza mostraban una singular peculiaridad en un hombre de su edad. En cuanto a lo demás, sus orejas eran pálidas y extremadamente puntiagudas en la parte superior; el mentón era amplio y fuerte, y las mejillas firmes, aunque delgadas. La tez era de una palidez extraordinaria”.    Todo esto mas que la fisonomía de su anfitrión, retratada por el corredor de viviendas Jonathan Harker, creado por Bram Stoker, para su Drácula, podría decirse que es el fiel reflejo de Bela Lugosi, nacido en la población húngara de Lugos en 1.882. Este actor, abocado al desdoblamiento de personalidad que, me atrevería a decir, mejor supo lucir el ficticio personaje de los Cárpatos rumanos.  Desde que se me descubrió su figura, por una de las acostumbradas emisiones de un canal televisivo de filmes soterrados al olvido por las grandes producciones y guerras de share de audiencias, mi fascinación por él ha ido en paulatino aumento, sucumbiendo a sus encantos, conforme descubría nuevos datos de su afamada vida.     El motivo que me ha llevado a desempolvar su incorruptible figura ha sido la conmemoración de su muerte, sucedida un 16 de agosto de hace cuarenta y un años. Y no debemos de olvidar que es precisamente ahora cuando nos sumamos a la celebración del centenario de la incursión literaria del encapado chupador de sangre recreado por el británico, pero nacido en Dublín, Bram Stoker. La fugacidad de Bela Lugosi se apoderaba de su personaje, y éste de él, llegando hasta el más extremo desorden mental. Lugosi no tardaría  en  expermientar una sensación repleta de placer cada vez que lo interpretaba; esta sensación se convertiría en deseo constante de convertir, en su mente, la ficción en su realidad peculiar.  Mientras que el mortificado vampiro deambulaba por los pasillos de su lúgubre mansión, Bela Lugosi llegaría a hacerlo por múltiples pabellones psiquiátricos, después de ser abocado al consumo incontrolado de estupefacientes.  El paralelismo entre actor y personaje de ficción parece en sí todo un enigma. Un enigma que comenzaría antes, incluso, del nacimiento de Lugosi en la comarca rumana que bastantes años atrás escogiera el inglés Bram Stoker para ubicar la aventura de su creación literaria.     Aunque si bien es cierto que el actor no estuvo ligado a su Conde Drácula, la primera vez que lo encarnó lo hizo para el teatro en el año 1.924, para trasladarlo al celuloide siete años más tarde, de manos de la Universal. Como frenético pronóstico de sus avatares, comenzó Lugosi a batallar entre las personalidades enconadas de Mister Hyde el doctor Jekyll. Las excentridades practicadas por el artista de lucir, cada vez con más frecuencia, la vestimenta con la que solía cubrirse para emular la identidad del conde; esos paseos en fúnebres carruajes, arrastrados por caballos o la suntuosa residencia que mandó construirse, réplica del descanso del morador de afilados colmillos, acompañaron a Bela Lugosi hasta la tumba. Y es que muerto, y creído verdadero Conde Drácula, el actor húngaro fue amortajado con la capa que servía para alzar el vuelo de sus películas. Lugosi llegó a morir creyéndose quien realmente deseaba y pretendía ser, escapando de las máscaras que la sociedad quería trasplantarle para aceptar lo que querían ver en él. Con su fallecimiento en Los Ángeles, en el estado norteamericano de California, en el año 1.956, no moría el mito vampiresco sino que se consolidaba aún más su leyenda.

LA NOCHE DE QUINTERO

LA NOCHE PULULA EN EL AIRE, SE EXTIENDE COMO UN MANTO DE HUMO, COMO UN MANTO DE CENIZA, COMO UN MANTO DE TIERRA, COMO UN MANO DE RECUERDOS, DE VIVENCIAS, DE ARREPENTIMIENTOS, DE SUEÑOS Y DE COLORES.

UNA MESA, UN MICRÓFONO, LA PALABRA, EL SILENCIO, EL MENSAJE, LA VIDA... EL PERSONAJE, QUE DEJA DE SERLO PARA ENSEÑAR LAS ENTRAÑAS MAS PROFUNDAS DE LA PERSONA. CON TODOS SUS TEMORES, CON SUS INQUIETUDES, CON SUS SUEÑOS, CON LAS AVENTURAS CONVERTIDAS EN DRAMAS, EN SOÑACIONES QUE NO SE ALCANZAN Y POR LA QUE LUCHAR EN VIDA Y PERPETUARLAS EN LA MUERTE.

ACENTO, SÍLABA, SENTIMIENTO, RISA, LLANTO, PALABRAS, EMOCIONES, LAMENTOS... QUE SE TRANSMITEN CON LAS PALABRAS Y SE ASIENTAN EN LA PROFUNDIDAD DEL SILENCIO.

MIRAR ATRÁS, PISAR FIRME, PASO DECISIVO, PASO PERPETUO...

MIRAR ATRÁS, SOÑAR CON EL PRESENTE. MIRAR ATRÁS, VIVIR DE CARA AL FUTURO CON GALLARDÍA, CON ARROJO, CON SENTIMIENTO, CON VENTURA.

CALLAR. HABLAR. SILENCIAR. HABLAR. OÍR. SENTIR. MOSTRAR...

VOLCARSE EN LA PALABRA, COMO ÚNICO INSTRUMENTO VISIBLE Y EXISTENTE.

SOBRE LA MESA QUEDAN LOS PAPELES Y ENTRE ELLOS LOS SENTIMIENTOS DE LA PERSONA QUE DEJÓ DE SER PERSONAJE, PARA MOSTRARSE COMO SE ES. COMO SE ERA. COMO SE SERÁ... SIN MÁSCARA, SIN TAPUJOS, SIN PREJUICIOS, ...

EL MICRÓFONO SE APAGA, SE SILENCIA. PERO EL SILENCIO SE HACE PERPETUO, IMPERECEDERO, PEREMNE, INCISO... EL SILENCIO NO VUELA, NO SE CONSUME, NO SE EXTINGUE. ES EL VEHÍCULO DE TRANSPORTE PARA LAS PALABRAS QUE NO SE DICEN, PARA LAS EMOCIONES QUE NO SE MUESTRAN, PARA LAS SENSACIONES QUE SE APAGAN.

QUINTERO SÓLO VE. QUINTERO SÓLO ESCUCHA, QUINTERO SÓLO OBSERVA, QUINTERO SÓLO ARRANCA LA PERSONA DEL PERSONAJE PARA MOSTRARLO EN TODO SU EXPLENDOR. EN SU NATURALEZA MÁS EXTREMA.

QUINTERO SÓLO ES QUINTERO EN LA NOCHE.

 

 

CIUDADELA