Blogia
rafaelrr

BELA LUGOSI

“Su cara era fuerte, muy fuerte, aguileña, con un puente muy marcado sobre su fina nariz y las ventanas de ella peculiarmente arqueadas; con una frente alta y despejada, y el pelo gris, que le crecía escasamente alrededor de las sienes, pero profusamente en otras partes.  Sus cejas eran muy espesas, casi se encontraban el entrecejo, y por un pelo tan abundante que parecía encresparse por su misma profusión. La boca, por lo que podía ver de ella bajo el tupido bigote, era fina y tenía una apariencia más bien cruel, con unos dientes blancos peculiarmente agudos; éstos sobresalían sobre los labios, cuya notable dureza mostraban una singular peculiaridad en un hombre de su edad. En cuanto a lo demás, sus orejas eran pálidas y extremadamente puntiagudas en la parte superior; el mentón era amplio y fuerte, y las mejillas firmes, aunque delgadas. La tez era de una palidez extraordinaria”.    Todo esto mas que la fisonomía de su anfitrión, retratada por el corredor de viviendas Jonathan Harker, creado por Bram Stoker, para su Drácula, podría decirse que es el fiel reflejo de Bela Lugosi, nacido en la población húngara de Lugos en 1.882. Este actor, abocado al desdoblamiento de personalidad que, me atrevería a decir, mejor supo lucir el ficticio personaje de los Cárpatos rumanos.  Desde que se me descubrió su figura, por una de las acostumbradas emisiones de un canal televisivo de filmes soterrados al olvido por las grandes producciones y guerras de share de audiencias, mi fascinación por él ha ido en paulatino aumento, sucumbiendo a sus encantos, conforme descubría nuevos datos de su afamada vida.     El motivo que me ha llevado a desempolvar su incorruptible figura ha sido la conmemoración de su muerte, sucedida un 16 de agosto de hace cuarenta y un años. Y no debemos de olvidar que es precisamente ahora cuando nos sumamos a la celebración del centenario de la incursión literaria del encapado chupador de sangre recreado por el británico, pero nacido en Dublín, Bram Stoker. La fugacidad de Bela Lugosi se apoderaba de su personaje, y éste de él, llegando hasta el más extremo desorden mental. Lugosi no tardaría  en  expermientar una sensación repleta de placer cada vez que lo interpretaba; esta sensación se convertiría en deseo constante de convertir, en su mente, la ficción en su realidad peculiar.  Mientras que el mortificado vampiro deambulaba por los pasillos de su lúgubre mansión, Bela Lugosi llegaría a hacerlo por múltiples pabellones psiquiátricos, después de ser abocado al consumo incontrolado de estupefacientes.  El paralelismo entre actor y personaje de ficción parece en sí todo un enigma. Un enigma que comenzaría antes, incluso, del nacimiento de Lugosi en la comarca rumana que bastantes años atrás escogiera el inglés Bram Stoker para ubicar la aventura de su creación literaria.     Aunque si bien es cierto que el actor no estuvo ligado a su Conde Drácula, la primera vez que lo encarnó lo hizo para el teatro en el año 1.924, para trasladarlo al celuloide siete años más tarde, de manos de la Universal. Como frenético pronóstico de sus avatares, comenzó Lugosi a batallar entre las personalidades enconadas de Mister Hyde el doctor Jekyll. Las excentridades practicadas por el artista de lucir, cada vez con más frecuencia, la vestimenta con la que solía cubrirse para emular la identidad del conde; esos paseos en fúnebres carruajes, arrastrados por caballos o la suntuosa residencia que mandó construirse, réplica del descanso del morador de afilados colmillos, acompañaron a Bela Lugosi hasta la tumba. Y es que muerto, y creído verdadero Conde Drácula, el actor húngaro fue amortajado con la capa que servía para alzar el vuelo de sus películas. Lugosi llegó a morir creyéndose quien realmente deseaba y pretendía ser, escapando de las máscaras que la sociedad quería trasplantarle para aceptar lo que querían ver en él. Con su fallecimiento en Los Ángeles, en el estado norteamericano de California, en el año 1.956, no moría el mito vampiresco sino que se consolidaba aún más su leyenda.